Antes de lanzar los drones y comenzar con la plantación del campo con las cápsulas especiales, los técnicos trabajan sobre el terreno y en el laboratorio.

Gracias a una labor de mapeo reconocen el espacio, identifican especies, evalúan su salud y crean un plan de plantación óptima.

«Las muestras de suelo se analizan en busca de nutrientes, minerales y elementos similares. Una vez identificados, se puede fabricar una vaina de semilla de carbono específica para el suelo», explica AirSeed.

La compañía fabrica cápsulas especiales con semillas de especies autóctonas, nutrientes, minerales y demás aditivos que completan el aporte del propio suelo y facilitan el crecimiento de las plantas. El objetivo: aumentar la tasa de crecimiento.

AirSeed también asegura haber plantado ya más de 50.000 árboles.

A la espera de que el sistema siga probándose y demuestre su capacidad, las empresas destacan básicamente dos grandes ventajas: el ahorro de costes y tiempos y la eficacia.

Cuando esa ‘carga’ está lista, los expertos aprovechan los datos del mapeo para trazar un plan de vuelo y decidir dónde se depositará cada cápsula. Al despegar, los drones parten ya con todas las instrucciones preprogramadas y un patrón de plantación claro. Tanto, de hecho, que las vainas se distribuyen en coordenadas GPS predefinidas. Es entonces cuando consiguen que su proceso recorte alrededor de 25 veces el tiempo que exige la plantación manual.

Aunque las propuesta de AirSeed ponen el foco fundamentalmente en la reforestación, a lo largo de los últimos años los drones han ido ganando peso en las labores de cultivo. En Queensland, un estado que se extiende al noroeste de la propia Australia, han empezado a recurrirse a los drones para plantar girasoles. La idea, la misma: búsqueda de eficiencia.